En la España de 1940, la misma España gris de la posguerra con cartillas de racionamiento, dos hermanos gallegos se destacaron como inventores. Eran los hermanos Portela Seijo, que establecidos en Santiago de Compostela acababan de patentar una máquina que acabaría llamando la atención de la mismísima Philips. Era un magnetófono que usaba hilo de acero para sus grabaciones y que se convirtió en un adelantado a su tiempo, ya que los usuarios no solo podían grabar los sonidos (y escucharlos) sino también borrar y regrabar sobre el hilo.
El terminal consiguió un elevado éxito mediático en el momento y llamó la atención de la propia Philips, que intentó comprar la patente. Las conversaciones con el gigante holandés se quedaron en nada. Los hermanos decidieron fabricar el dispositivo ellos mismos. Querían que la producción se hiciese en proximidad (es decir, no querían que se fuese a una fábrica en otro país) y fabricaron y vendieron el terminal ellos mismos. A pesar de su adelanto, no consiguieron que fuese un éxito. Como contaban en un evento artístico en el Museo Granell en Santiago, que usó el posiblemente único magnetófono de los Portela Seijo que ha llegado a nuestros tiempos, se hicieron únicamente unos 20. Aunque José Portela, su inventor, quería que su precio fuese competitivo, el teminal no dejaba de ser demasiado caro para los bolsillos de la época.
Magnetófono de los hermanos Portela Seijo
La suerte del magnetófono de hilo de acero estaba, por tanto, echada. Los descendientes de los hermanos son quienes han salvado para el futuro uno de esos aparatos que, sorprendentemente, llegó hasta el presente con algunas grabaciones de época, que serán el material que se use en la reinvención artística que se está haciendo del viejo magnetófono de hilos de acero.
Magnetófono de los hermanos Portela Seijo
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