San Pedro de Mezonzo, nacido en Curtis el año 930 y fallecido en 1003, fue obispo de Iria Flavia-Santiago de Compostela. Nombrado santo, fue un líder espiritual en momentos de gran tribulación en Galicia. Su festividad es celebrada el 10 de septiembre.
Imagen de San Pedro de Mezonzo en la iglesia del Monasterio de San Martín Pinario en Santiago de Compostela
Era hijo de Martín Placentiz, caballero de la familia que había fundado el monasterio de Santa Eulalia de Curtis, y de Mustacia Exióniz. Sus hermanos fueron Adelfio, también monje, Vimara, padre del obispo de Orense del mismo nombre, Aragaonta y Mustacia.
Monje
De niño, de la mano de su madre, estuvo al servicio de la Infanta Doña Paterna, madre del obispo Sisnando II de Iria, como capellán. Ingresó después en el Monasterio de Santa María de Mezonzo. Monasterio libros nimis abundanter donde adquirió una formación destacada tanto de autores clásicos como de los Padres de la Iglesia y adquirió fama de sabiduría intelectual y humana. Cuando en el año 955 el Monasterio de Santa María de Sobrado absorbió al de Mezonzo, pasó al primero, en el que desempeñó el cargo de notario.
En 965 es elegido abad.
Las tierras de Sobrado sufrieron el Horrorum normandorum, espanto de la población por las sanguinolentas incursiones de los invasores vikingos. Esto obligó a Pedro de Mezonzo a mantener la esperanza y la confianza en un pueblo estremecido y en continuo malestar.
Tras esta tormenta, Mezonzo se esforzó en reconstruir el asolado monasterio de Santa Eulalia, en reorganizar las tierras y gentes dependientes de Sobrado, y en consolar los desvalidos y socorrer a los heridos y dañados.
Más tarde pasó al frente del monasterio de San Payo de Antealtares, propiciado su gobierno por San Rosendo, ahora al frente de la diócesis de Iria Flavia-Santiago.
el 16 de noviembre del año 985 como obispo de Iria y de la Sede Apostólica.
La destrucción de Almanzor
En el 997 Almanzor emprendía otra de sus temibles y victoriosas campañas. Su imponente infantería embarcaba en Córdoba y entraba por el Duero para unirse a su eficaz caballería a la que se habían unido condes gallegos y leoneses que apostaban por la indiscutible superioridad del caudillo musulmán de España. Seguidamente cruzaron el Miño y arrasaron las tierras de Salvatierra, destruyeron la ciudad de Tuy, saquearon el convento de San Cosme y San Damián mientras los fugitivos se refugiaban en las montañas o en la isla de San Simón. Tras el asalto al castillo de Puente Sampayo que le cerraba el paso, se dirigían hacia las tierras de Santiago.
Mezonzo encargó la evacuación de la ciudad buscando salvar las reliquias del Apóstol que llevó consigo, así como las vidas de la gente a quien no quiso exponer en una lucha claramente inútil. La ciudad, silenciosa y desierta, quedó abandonada al caudillo islámico, pero, según la tradición, Almanzor encontró de rodillas delante del sepulcro de Santiago un monje anciano (Mezonzo) que le inspiró tal respeto que mandó que nadie lo incomodara, mientras ordenaba la completa destrucción e incendio de la ciudad y las villas y conventos de los alrededores.
Durante ocho días todo fue saqueo y destrucción. Conseguido el objetivo de dejar reducida a cenizas la capital espiritual del occidente cristiano, retornó con cuatro mil prisioneros. Como humillación final, hizo cargar a los hombros de algunos de ellos las campanas y las puertas del santuario apostólico que se colocaron en la magnífica mezquita de Córdoba.
Vida personal
En los documentos de la época, particularmente los regios, aparecen testimonios del prestigio moral de Pedro de Mezonzo, al que llaman «amado de Dios», y tutor en lo material y en lo espiritual de su congregación. La reina Elvira, ya viuda, lo llama su padre y pontífice. Sobre la base de estos documentos y otras tradiciones, Antonio López Ferreiro lo describe como «padre de los pobres, tutor de los desvalidos, defensor de los débiles contra los continuos abusos y atropellos de los poderosos; y todos los que a él acudían obtenían de él benigna y paternal acogida». Por su parte, el propio Mezonzo se describía a si mismo simplemente como un pecador.
Imagen de San Pedro de Mezonzo
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