Se les hizo noche y los dos hombres buscaban un sitio por donde poder cruzar. Empezaron a andar río arriba para ver un lugar para poder atravesar la corriente sin peligro. Anduvieron y anduvieron y no encontraban un sitio por donde poder pasar a la otra orilla. Uno de ellos empezó a cagarse en todo cuanto había. Era un hombre de por sí muy mal hablado, aunque buena persona y muy creyente.
De repente, y cuando con más rabia estaba gritando y maldeciendo, uno rayo alumbro todo el campo. Fue entonces cuando vieron un hermosísimo caballo blanco, tan blanco como la leche, bien alimentado y con unas largas y suaves crines como filos de plata, que caminaba hacia ellos. Se detuvieron abraiados ante tan portentoso animal, que no mostraba señal ninguna de tenerles miedo. El hombre malhablado le acercó a mano al hocico, se lo acariño y recorriéndole el pescuezo, agarró con fuerza las crines y de un salto se subió al lomo del animal que quedó parado sin rebelarse contra de su arrojo. Así que se vio encima del caballo, el hombre malhablado agarró a su compañero y lo ayudó a subir también.
Ilustración sobre el caballo blanco del Demonio
Seguía lloviendo con fuerza, una lluvia fría como la nieve. Estaban completamente empapados y temblando seguido. Calmaron al animal para que había empezado a galopar en la búsqueda de un lugar por el que cruzar el Limia. El hombre que iba delante, agarraba con fuerza las largas crines del animal y para azuzarlo empezó, otra vez, a gritar maldiciones, pecadazos que hacían abrir el cielo. Cuanto más grave era la blasfemia el caballo más y más corría: ¡Venga caballo, me cago en ...!, y el animal aceleraba aun más el paso.
En esto andaban cuando el caballo, sin que él se lo mande, empezó a cruzar el río. Corre bestia del carajo, cruza el río me cago en la ...! La velocidad era tan grande que la lluvia los lastimaba en el faz como se habían ido agujas de hielo. Lo que iba detrás, aferrado a la cintura del compañero, presintió que aquello no era cosa natural, y que aquel animal, aparecido tan oportunamente, no era cosa de este mundo. Recordó que en el bolsón de atrás del pantalón llevaba un rosario. Con dificultad para seguir manteniendo el equilibrio, echó mano de él mientras marmuraba uno " Virgen María Santísima". En ese mismo momento, el caballo desapereció y ellos quedaron sentados sobre el duro lecho de cantales del río, ya casi en la otra orilla. No daban crédito a lo que les había pasado, temblaban como mimbres con el frío que le aterecía el cuerpo y con el miedo que aquel endiablado caballo les había puesto. Era el caballo del demonio.
Ilustración sobre el caballo blanco del Demonio
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