Cultura Galega Adiós, ríos; adiós, fontes; adiós, regatos pequenos; adiós, vista dos meus ollos, non sei cando nos veremos. (Rosalía de Castro) Comería a túa alma coma quen come un ovo doce novo, perfecto microcosmos no seu óvalo de nacre. (Estíbaliz Espinosa) Idioma meu, homilde, nidio, popular, labiego, suburbial e mariñeiro, que fas avergoñar ó burgués, ó señorito i o tendeiro. (Manuel María Fernández) Ás veces fáltannos palabras e ás veces sóbrannos, ás veces fáltanos o tempo de dicilas e ás veces pásanos o tempo de calalas. (Baldo Ramos) Os soños cantan coa gorxa xeada, como esclavos fan tocar os tambores. (Manuel Rivas) Mexan sobre nós e temos que dicir que chove. (Castelao) Díxenlle á rula: Pase miña señora! E foise polo medio e medio do outono por entre as bidueiras sobre o río. (Álvaro Cunqueiro)

La tragedia del Faro nuevo de Silleiro


La tragedia del faro nuevo de Silleiro

El 31 de Marzo de 1862, lució por primera vez el Faro de Silleiro con una linterna y óptica Sautter, y una lámpara moderadora (que a la larga fue sustituida por una Maris de mecha controlada por dos torreros). Alcanzaba 17 millas gracias a su aparato catadióptrico que era de 4º orden con luz fija.

A consecuencia de un incremento considerable del tráfico marítimo, se decidió hacer un nuevo faro que tuviese un mayor alcance. Dicho faro se inauguro en el año 1924, por lo que el faro viejo de Silleiro se apagó un mes después, lo cual no sería definitivo.



Tan solo 5 meses después de su inauguración, la noche del 21 al 22 de Diciembre de 1924, se inició un temporal que se fue haciendo cada vez más fuerte, hasta tal punto, que la creciente alarma llevó a la decisión de que el primer torrero, Antonio Bruno, permaneciera junto con su hija en la cámara de servicio, por si se complicaba la guardia del segundo torrero, Ildefonso Ruiz Mayorga. 

Los nervios comenzaron a hacer de las suyas y nadie prestó atención a que los algodones utilizados para limpiar los derrames de los depósitos quedaban impregnados de petróleo y tirados por el suelo de la cámara. No hizo falta más que la caida de un quinqué para envolver el faro en llamas.

Dieciocho cristales de la linterna saltaron por los aires haciéndose trizas a causa del fuego, contra el que nada pudieron hacer el torrero y su hija, arrinconados y quemados antes de que lograran alcanzar un balconcillo mientras que el torrero de guardia trepaba por la escalera con sus ropas ardiendo. El fuego terminó dominado por aquellas personas que también ardían.

Los torreros fueron suspendidos de empleo y sueldo, y el viejo faro entró de nuevo en servicio mientras se procedió a la reparación de los desperfectos.

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