En las noches más oscuras y frías del invierno, las gentes de las aldeas al este de la Sierra de San Mamede, podían ver una pequeña luz como si fuera de un candil, a la vez que escuchaban voces como llegadas del infierno, convertidas en rezos que llamaban por la muerte. Poco después, la luz y los rezos desaparecían tal y como habían llegado.
Según cuentan los viejos, un chico, obstinado de saber lo que tal ocurría, decidió refugiarse en un balado del camino por el que solía pasar la luz. El chico temblaba con el miedo y con el frío, mientras esperaba hasta que pudo ver la luz que poco a poco se le acercaba. Escuchaba los rezos más y más cerca.
Cuando la luz ya le permitía ver sus manos y su cuerpo, y al tiempo que levantaba la cabeza para mirar lo que estaba ocurriendo, recibió una bofetada que lo arrastro cuatro o cinco metros por el balado abajo, lo que provocó que se desmayase hasta la mañana siguiente.
Nadie de aquellas aldeas pudo mirar de cerca nunca hacia aquella luz. Los que lo recuerdan prefieren no hablarlo con cualquiera, y los que lo cuentan dicen que era la muerte que venía en la búsqueda de algún vecino.
Hoy, en las noches oscuras y frías de aquellas aldeas no hay ni luz ni rezos, pero pese a que ya nadie cree esta historia y todos sabían lo que ocurría, a los que le entró el miedo en el cuerpo ya no les volvió salir.
Así se cuenta en Vilar de Cans, ayuntamiento de Maceda (Ourense).
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