Cultura Galega Adiós, ríos; adiós, fontes; adiós, regatos pequenos; adiós, vista dos meus ollos, non sei cando nos veremos. (Rosalía de Castro) Comería a túa alma coma quen come un ovo doce novo, perfecto microcosmos no seu óvalo de nacre. (Estíbaliz Espinosa) Idioma meu, homilde, nidio, popular, labiego, suburbial e mariñeiro, que fas avergoñar ó burgués, ó señorito i o tendeiro. (Manuel María Fernández) Ás veces fáltannos palabras e ás veces sóbrannos, ás veces fáltanos o tempo de dicilas e ás veces pásanos o tempo de calalas. (Baldo Ramos) Os soños cantan coa gorxa xeada, como esclavos fan tocar os tambores. (Manuel Rivas) Mexan sobre nós e temos que dicir que chove. (Castelao) Díxenlle á rula: Pase miña señora! E foise polo medio e medio do outono por entre as bidueiras sobre o río. (Álvaro Cunqueiro)

Alexandre Finisterre y su futbolín


Hoy os dejamos otra pequeña curiosidad.. ¿A qué no sabeis quién invento el futbolín? Pues claro, fue un gallego llamado Alexandre Finisterre (Alexandre Campos Ramírez, poeta, inventor y editor nacido en Finisterre, Galicia, en 1919 y fallecido en Zamora el 9 de febrero de 2007), aquí os dejamos la curiosa historía de como nació este entretenido juego futbolero.


Cuando en 1951 se instalaron en España los primeros pinballs hubo que adaptar el invento a nuestra imprevisible personalidad, pues aquí todo resultaba mucho más rápido y contundente que en los Estados Unidos. Allí, donde venían funcionando desde 1920, una partida duraba en torno a los tres minutos. Aquí, no llegaba al minuto y cuarto. La razón, un precedente autóctono: el futbolín. Éste había desarrollado un tipo de jugador muy tozudo en arrear coces y golpes a las mesas, dispuesto a pelear cada bola como si en ello le fuera la vida.

No era para menos, había sido inventado en plena Guerra Civil por Alexandre Finisterre. Lo puso a punto en un sanatorio que acogía a niños mutilados, con el propósito de ayudar a su rehabilitació. Ya que no podían jugar al fútbol de verdad, al menos practicarían esta variante de "deporte" de mesa. En circunstancias normales, con un invento así se habría hecho de oro. Pero no durante la durísima posguerra franquista. No tuvo oportunidad de reclamar su patente. Se trataba de un rojo. Ya en el exilio, Finisterre pudo haber hecho un gran negocio en EE UU; pero se negó cuando supo que, para ello, tenía que llegar a acuerdos con la Mafia.


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