En el año 1536, al iniciarse la guerra contra Francia, Carlos V otorgó una autorización para permitir la navegación al corso a todos aquellos naturales del Reino de Galicia que así lo deseasen.
A los corsarios se les otorgaría como beneficio la parte que correspondería al tesoro real en cada captura (1/5). Posteriormente, la actividad fue reglamentándose, intentando congeniar el interés defensivo de la corona con los intereses económicos de los armadores.
La navegación en corso alcanzó un importante desarrollo durante la Edad Moderna. El accidentado relieve de las costas de Galicia facilitaba siempre las emboscadas a naves de paso.
En un principio, eran los patrones y marineros de pesca quienes abordaban a las naves extranjeras, pero con el tiempo, llegó a ser una actividad económica muy provechosa y una auténtica salida para los profesionales del mar y el comercio.
Practicando el corso, los pescadores complementaban así sus ingresos durante los periodos de inactividad. Durante las diversas guerras sucedidas entre el siglo XVI y el XVIII, supuso una interesante alternativa al comercio marítimo a larga distancia, que estaba bloqueado o gravemente impedido por la acción de los piratas o los corsarios enemigos. Por ello, patrones y marineros tenían más interés por atacar naves mercantes que de guerra, ya que la carga de las primeras era revendida en las villas y ciudades.
Todo el entramado del corsarismo fue organizándose siguiendo las normas dictadas por la corona, pero también por los contratos establecidos entre el armador y las tripulaciones.
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